Monte caminante
El sábado 13 de noviembre viajamos a Capilla del Monte para compartir un taller de siembra de árboles nativos. Más precisamente nos acercamos a El Faldeo, un barrio que más que un barrio es un gran monte con casas escondidas en su sombra, donde el brillo de los aguaribay, enormes e imponentes, invitan a la contemplación, donde el amarillo de los espinillos en flor es parte de todo sendero, sin olvidar los molles saludando en alguna que otra curva. Precisamente ahí llegamos nosotros, desde el sur cordobés, desde el desierto verde de la soja, pero también desde el espinal que aún respira por estos lados, o al menos intentamos que respire.
Con unas cuantas semillas de Algarrobo, Arca, Cina-cina y Caldén a cuestas, Wichan Ranquen se acercó a compartir monte nativo con El Faldeo. Monte que es alimento, que es riqueza para nuestro suelo, que es saberes ancestrales, que es sombra y agua para nuestros hijos. Esos y otros cuantos secretos más que guarda el bosque fueron protagonistas del taller compartido con la comunidad que habita los alrededores del mágico Cerro Uritorco. Frente a la sede de la vecinal que los habitantes del barrio están terminando de construir, en una ronda de palabras, semillas, alimentos del monte, experiencias de permacultura y construcción alternativa, la siembra fue tomando forma. Ya de vuelta en las calles riocuartenses contemplamos desde lejos los árboles que comienzan a brotar en aquel monte que crece y resiste junto a la comunidad de El Faldeo. Contemplamos mientras seguimos sembrando, para que sean muchos más los bosques que se multipliquen en esta Córdoba tan devastada.
El sábado 13 de noviembre viajamos a Capilla del Monte para compartir un taller de siembra de árboles nativos. Más precisamente nos acercamos a El Faldeo, un barrio que más que un barrio es un gran monte con casas escondidas en su sombra, donde el brillo de los aguaribay, enormes e imponentes, invitan a la contemplación, donde el amarillo de los espinillos en flor es parte de todo sendero, sin olvidar los molles saludando en alguna que otra curva. Precisamente ahí llegamos nosotros, desde el sur cordobés, desde el desierto verde de la soja, pero también desde el espinal que aún respira por estos lados, o al menos intentamos que respire.
Con unas cuantas semillas de Algarrobo, Arca, Cina-cina y Caldén a cuestas, Wichan Ranquen se acercó a compartir monte nativo con El Faldeo. Monte que es alimento, que es riqueza para nuestro suelo, que es saberes ancestrales, que es sombra y agua para nuestros hijos. Esos y otros cuantos secretos más que guarda el bosque fueron protagonistas del taller compartido con la comunidad que habita los alrededores del mágico Cerro Uritorco. Frente a la sede de la vecinal que los habitantes del barrio están terminando de construir, en una ronda de palabras, semillas, alimentos del monte, experiencias de permacultura y construcción alternativa, la siembra fue tomando forma. Ya de vuelta en las calles riocuartenses contemplamos desde lejos los árboles que comienzan a brotar en aquel monte que crece y resiste junto a la comunidad de El Faldeo. Contemplamos mientras seguimos sembrando, para que sean muchos más los bosques que se multipliquen en esta Córdoba tan devastada.
